En efecto, he decidido dejar de publicar aquí, en blogger, puesto que he descubierto una página en la que tiene más posibilidades de ser leída. Dicha página es Wattpad, en la que intentaré publicar tanto como pueda de las dos historias que llevo: LVSJDH y Like A Butterfly, una original mía de la que tan solo llevo un capítulo.
Bueno, pues que me traslado allí, pero espero que eso no signifique perder a la gente que me lee. Bueno, nada más que decir.
LINK DE LVSJDH (esta) : http://www.wattpad.com/26236112-los-vig%C3%A9simo-segundos-juegos-del-hambre-sky-no-te
LINK DE LAB: http://www.wattpad.com/story/8584817-like-a-butterfly
Gracias por todo a los bloggeros que me seguían <3
viernes, 27 de septiembre de 2013
sábado, 14 de septiembre de 2013
Capítulo 26.
Hay un niña entre el humo espeso y denso que me rodea. No, no es una niña, es un ángel. Es pequeña, frágil y bonita, pero sus majestuosas alas le dan ese aura de adulto que puedo notar. Al principio, no es más que una simple sombra más de las que ya hay a mi alrededor, pero luego forma una figura, una figura humana. Va descalza, únicamente vestida con un sencillo vestido blanco. Sus ojos son color miel, y, sus rizos oscuros, caen sobre sus hombros. Su sonrisa es la única que falta para completar alguien a quien ya conozco, alguien a quien conzco perfectamente.
Evelynn.
Intento gritarla, exigirla por qué me abandonaron ella y Gaby. ¿Y él? ¿Dónde está él? Noto un fuerte dolor en el pecho, y no sé si son mis sentimientos, o estar aspirando el humo.
-Skiley, ¿estás preparada para morir? - me pregunta ella, sentándose en el suelo junto a mí.
Sacudo la cabeza, ya que me resulta imposible artcular palabra alguna.
-Bueno, tampoco es que tengas nada por lo que luchar... ¿o sí? - bosteza, sonriente, para luego mirarme. Su intención es cabrearme, o eso parece.Y lo está consiguiendo.
Intento respirar, pero duele demasiado.
-Dan. - respondo, y la boca me sabe a sangre cuando lo hago, sin embargo, un cañonazo me impide continuar. No me paro a pensar que puede ser Joulley, repito mi palabra. - Dan.
Le prometí que lucharía, que volvería a casa con él. Y necesito cumplir mi promesa. Es más, ignoro a mi mente, que no deja de enviarme a Evelynn transformada en ángel, continuamente. Escupo en el suelo, saliva salada. Me duele tanto la garganta que creo que algo me la desgarra por dentro, pero necesito arrastrarme. Y me arrastro por la tierra húmeda. Húmeda... ¿cómo puede un incendio propagarse en un lugar como este? Enseguida lo sé, los vigilantes. Quizá ellos me odien también.
Pero no me odian lo suficiente para matarme. Porque oigo un nuevo cañonazo, que hace que empiece a llover intensamente. No poco a poco como las lluvias normales, sino de golpe, y mucho. El incendio desaparece de forma antinatural, demasiado rápido. A los vigilantes les gusta manejar la naturaleza, y dan asco. No me he arrastrado ni dos metros más, cuando vomito en el barro, con lágrimas en los ojos debido al esfuerzo.
-Agh... - sigo mi torpe camino cuando oigo unas voces, unos pasos. Y, si fueran mis aliados, serían mucho más silenciosos. Y sé a quienes no les importa armar jaleo.
Ahora lo entiendo todo, el incendio no era más que para acorralarnos, para no dejarnos escapar y así, reunirnos con ellos. El Capitolio tendría su espectaculo, el que daría Alice matándome lentamente. No tengo fuerzas ni para luchar ni para escapar. Hago lo que mi mente procesa rápidamente, me revuelco en el barro, tal y como los cerdos harían. Este es húmedo, pero espeso al llevar poco tiempo lloviendo, y me mancha por completo. Excarvo, araño, aparto la tierra con mis manos sucias para crear un hueco en el suelo. Las voces están aterradoramente cerca.Me meto en el huequecito para, a continuación, enterrarme con la tierra que tengo alrededor. No soy una experta en el camuflaje, pero supongo que aprendí unas cuantas cosas en los entrenamientos.
Ellos ya están aquí. Aprieto los dientes y cierro los ojos, rezando para que no se fijen demasiado en la forma de la tierra que pisan, que pisotean, pues alguien apoya su peso en mi muslo izquierdo y yo lucho para no gritar.
-Bueno, pues una menos, ¿y ahora? - pregunta una voz masculina que no logro identificar.
-Yo no puedo esperar para encontrarme con el cielito ese. - se carcajea Alice, a la que maldigo mentalmente.
-Oh, tranquila, cuatro, la cogeremos, además, la hemos dejado notablemente en desventaja. - el que habla ahora, creo que es Jack, del distrito 1. Alice ríe.
Las voces se alejan, lo que agradezco, ya que significa que he pasado desapercibida. Pero aún no me muevo, estoy agotada, y este lugar es fresco. Asqueroso, sí, pero relajante.
¿Qué querían decir con eso de que me han dejado en desventaja? No tengo ni idea.
Tampoco tengo idea del tiempo que paso ahí tumbada, respirando hondo y así recuperando mis pulmones. Si gano los juegos, algo bastante improbable, no creo que quiera ver el fuego en mi vida. Y creo que Dan será el que más lo comprenda.
Está anocheciendo ligeramente cuando decido que es hora de moverme. Estar tanto tiempo sin que mi cuerpo circulase sangre, hace que esté entumecido y agarrotado. Incluso me tiemblan las piernas, pero estoy bien. Sana y salva. El incendio a despejado claramente el camino de grano, pues todas las plantas han muerto, caído negruzcas al suelo. Y ahora distingo la cornucopia a lo lejos, que es a donde yo me dirijo, a la dirección contraria a la que se fueron los profesionales. Me cuesta caminar, pero estoy bien.
Llevo la mochila, y un hacha para protegerme. Joulley.... él no llevaba nada. Muerdo mi labio, preocupada. Samantha llevaba su arco y el hacha de Joulley, que había recogido cuando teníamos la intención de ir a buscarle. ¿Habrá sido él uno de los tres cañonazos que he oído durante el incendio? Pensar en ello me hace estremecer. Hoy han muerto cinco personas. En total han muerto 15, pues cuento también la muerte de Dakota. Quedamos nueve. Sólo nueve. ¿Debo tener esperanzas? Las tengo, pero no tardan en desaparecer, con el himno en el cielo. Las fotos en el cielo. Porque llego a la cornucopia, en donde paro a beber agua, justo antes de que ocurra.
La chica del dos. Mejor, una profesional menos. El chico del 6, el chico del 10. Gracias, Joulley, por seguir vivo. Y el chico del 11.
Ahogo un grito al ver la siguiente foto.
Samantha.
Evelynn.
Intento gritarla, exigirla por qué me abandonaron ella y Gaby. ¿Y él? ¿Dónde está él? Noto un fuerte dolor en el pecho, y no sé si son mis sentimientos, o estar aspirando el humo.
-Skiley, ¿estás preparada para morir? - me pregunta ella, sentándose en el suelo junto a mí.
Sacudo la cabeza, ya que me resulta imposible artcular palabra alguna.
-Bueno, tampoco es que tengas nada por lo que luchar... ¿o sí? - bosteza, sonriente, para luego mirarme. Su intención es cabrearme, o eso parece.Y lo está consiguiendo.
Intento respirar, pero duele demasiado.
-Dan. - respondo, y la boca me sabe a sangre cuando lo hago, sin embargo, un cañonazo me impide continuar. No me paro a pensar que puede ser Joulley, repito mi palabra. - Dan.
Le prometí que lucharía, que volvería a casa con él. Y necesito cumplir mi promesa. Es más, ignoro a mi mente, que no deja de enviarme a Evelynn transformada en ángel, continuamente. Escupo en el suelo, saliva salada. Me duele tanto la garganta que creo que algo me la desgarra por dentro, pero necesito arrastrarme. Y me arrastro por la tierra húmeda. Húmeda... ¿cómo puede un incendio propagarse en un lugar como este? Enseguida lo sé, los vigilantes. Quizá ellos me odien también.
Pero no me odian lo suficiente para matarme. Porque oigo un nuevo cañonazo, que hace que empiece a llover intensamente. No poco a poco como las lluvias normales, sino de golpe, y mucho. El incendio desaparece de forma antinatural, demasiado rápido. A los vigilantes les gusta manejar la naturaleza, y dan asco. No me he arrastrado ni dos metros más, cuando vomito en el barro, con lágrimas en los ojos debido al esfuerzo.
-Agh... - sigo mi torpe camino cuando oigo unas voces, unos pasos. Y, si fueran mis aliados, serían mucho más silenciosos. Y sé a quienes no les importa armar jaleo.
Ahora lo entiendo todo, el incendio no era más que para acorralarnos, para no dejarnos escapar y así, reunirnos con ellos. El Capitolio tendría su espectaculo, el que daría Alice matándome lentamente. No tengo fuerzas ni para luchar ni para escapar. Hago lo que mi mente procesa rápidamente, me revuelco en el barro, tal y como los cerdos harían. Este es húmedo, pero espeso al llevar poco tiempo lloviendo, y me mancha por completo. Excarvo, araño, aparto la tierra con mis manos sucias para crear un hueco en el suelo. Las voces están aterradoramente cerca.Me meto en el huequecito para, a continuación, enterrarme con la tierra que tengo alrededor. No soy una experta en el camuflaje, pero supongo que aprendí unas cuantas cosas en los entrenamientos.
Ellos ya están aquí. Aprieto los dientes y cierro los ojos, rezando para que no se fijen demasiado en la forma de la tierra que pisan, que pisotean, pues alguien apoya su peso en mi muslo izquierdo y yo lucho para no gritar.
-Bueno, pues una menos, ¿y ahora? - pregunta una voz masculina que no logro identificar.
-Yo no puedo esperar para encontrarme con el cielito ese. - se carcajea Alice, a la que maldigo mentalmente.
-Oh, tranquila, cuatro, la cogeremos, además, la hemos dejado notablemente en desventaja. - el que habla ahora, creo que es Jack, del distrito 1. Alice ríe.
Las voces se alejan, lo que agradezco, ya que significa que he pasado desapercibida. Pero aún no me muevo, estoy agotada, y este lugar es fresco. Asqueroso, sí, pero relajante.
¿Qué querían decir con eso de que me han dejado en desventaja? No tengo ni idea.
Tampoco tengo idea del tiempo que paso ahí tumbada, respirando hondo y así recuperando mis pulmones. Si gano los juegos, algo bastante improbable, no creo que quiera ver el fuego en mi vida. Y creo que Dan será el que más lo comprenda.
Está anocheciendo ligeramente cuando decido que es hora de moverme. Estar tanto tiempo sin que mi cuerpo circulase sangre, hace que esté entumecido y agarrotado. Incluso me tiemblan las piernas, pero estoy bien. Sana y salva. El incendio a despejado claramente el camino de grano, pues todas las plantas han muerto, caído negruzcas al suelo. Y ahora distingo la cornucopia a lo lejos, que es a donde yo me dirijo, a la dirección contraria a la que se fueron los profesionales. Me cuesta caminar, pero estoy bien.
Llevo la mochila, y un hacha para protegerme. Joulley.... él no llevaba nada. Muerdo mi labio, preocupada. Samantha llevaba su arco y el hacha de Joulley, que había recogido cuando teníamos la intención de ir a buscarle. ¿Habrá sido él uno de los tres cañonazos que he oído durante el incendio? Pensar en ello me hace estremecer. Hoy han muerto cinco personas. En total han muerto 15, pues cuento también la muerte de Dakota. Quedamos nueve. Sólo nueve. ¿Debo tener esperanzas? Las tengo, pero no tardan en desaparecer, con el himno en el cielo. Las fotos en el cielo. Porque llego a la cornucopia, en donde paro a beber agua, justo antes de que ocurra.
La chica del dos. Mejor, una profesional menos. El chico del 6, el chico del 10. Gracias, Joulley, por seguir vivo. Y el chico del 11.
Ahogo un grito al ver la siguiente foto.
Samantha.
viernes, 30 de agosto de 2013
Capítulo 25.
Cuando queremos llegar al prado de colores, lo único que queda es un cuerpo totalmente carbonizado. No logro reconocer la víctima, pero, obviamente, sí al asesino. Ignorando los echos de qué la piromana del distrito 5 puede andar cerca, nosotros seguimos caminando, agotados, pero ansiando llegar a un lugar seguro. Tenemos suerte, nadie se topa en nuestro camino más que un par de mosquitos molestos que no nos atrevemos a tocar. Luego, otro sector de pradera, completamente distinto, nos refugia entre sus tallos de grano. No sabría decir si es trigo o simplemente puros hierbajos. Nos camuflan, lo que agradecemos sentándonos al fin en la tierra húmeda, a causa de las lluvias que bañan el lugar cada poco tiempo. Ahora el cielo está despejado, espero que siga así.
Joulley está realmente raro. No habla, se aplica la pomada mientras Samantha propone comer ahora mismo. La chica rubia se da cuenta de su preocupación y mira al pequeño.
-¿Te ayudo a aplicarla?
-¡No! No es necesario. - dice esquivándola y guardando el botecito en sus pantalones, luego tose un par de veces.-Creo que me he resfriado. - explica encogiéndose de hombros, no le damos importancia. Nos queda un buen trozo de comadreja, pero dividiéndola en tres, la habremos gastado para esta noche. También tenemos la fruta disecada, pero no es mucha que digamos. Finalmente tomamos la decisión de comer la carne y dejar la fruta para luego.
Nuestro hambre no ha cesado, pero creo que podemos contenerla con lo que hemos comido. Estamos algo cansados, de haber pasado toda la mañana caminando. Ahora el sol está bien alto, y hace algo de calor, no en extremidad, pero es agradable después de haber vivido una tormenta como la de esta mañana. Joulley tose un par de veces cada poco tiempo, y me preocupo un poco. Él insiste en que no es nada y repasa las provisiones un poco, mientras yo me limito a mirar al cielo, tumbada bajo el sol. No es real. Es una proyección. Sé que lo es. Pero parece tan... libre.
-Skiley. - dice Samantha, cuando Joulley ha ido a orinar a una distancia segura, pero medio lejana.
-¿Sí? - pregunto, algo adormilada, sin mirarla, pero atenta.
-¿Cómo... - comienza a decir para después tragar saliva.- superaste lo de tu hermano?
Bajo la mirada a sus ojos, que brillan notablemente, y que observan detenidamente el suelo embarrado. Intento buscar las palabras correctas, sé por lo que está pasando.
-No lo hice. - afirmo, en un suspiro. Gaby, Gaby, Gaby... - simplemente... un día me desperté y dolía menos que el día anterior.
Ella asiente, con tristeza.
-Intenta no pensar en él después de la cosecha, sino antes. Y si, no le conocías antes, imagínatelo. Su círculo de amistades, sus momentos más felices, lo que hacía habitualmente. Imagínatelo haciendo cosas que le gusten. - mi vista va nuevamente al cielo. - Imagina que no hay juegos del hambre, que somos libres y que él te espera cada día con una sonrisa, para pasar un buen rato juntos. Y que cuenta chistes malos para que te rías. - y lo hago, lo imagino. Gaby bajo este sol, a mi lado. Pero no estamos en la arena, sino en los bosques, en libertad. Danae trae el almuerzo para nosotros, una tarta de manzanas, hecha por ella misma. Está deliciosa...
Tengo tanta hambre...
Samantha percibe el rugido de mi estómago. Hemos comido hace poco, pero ella se empeña en racionarlo todo tanto... Suspira y me deja coger un nuevo trozo. Está luchando por no llorar.
-Gracias... - me llevo la comida a la boca y la mastico lentamente, para llenarme antes. Entonces, somos conscientes de algo. Joulley aún no ha regresado. Me levanto preocupada y miro a mi alrededor, preocupada.
-¿Dónde está ese crío? - suspira Samantha, poniéndose a mi altura para observar mejor. Pero no hay ningún rastro de sus rizos oscuros.
-Recoge, iremos a buscarle. - ella está a punto de protestar, hoy han pasado demasiadas cosas. - ¡Es Joulley, joder! - exclamo, casi cabreada, mientras llevo mi hacha a mi cinturón y cuelgo la mochila de mi hombro. Ella asiente y recoge el resto de cosas.
Nos ponemos en marcha, temiendo que haya podido pasarle algo. No ha sonado ningún cañonazo, pero él no está aquí, y eso me preocupa.
-¿Y si vuelve él cuando nos hayamos ido? Verá que no estamos.
-Es listo. Se quedará a esperarnos, porque volveremos por él.- respondo decidida.
Nuestros pasos son confusos y desorientados. Era fácil entrar en estos campos amarillentos, pero salir es otra cosa. De vez en cuando, vemos unos caminos, pero estos nos llevan de nuevo a adentrarnos en el trigo. Mi desesperación es tal, que amenaza con ponerse a chillar en cualquier momento.
-¡Skiley, mira! - dice la chica rubia, señalando un punto lejano en el cielo. Es humo, grisaceo y negruzco. No pertenece a una hoguera, si fuera así, se camuflaria en el atardecer que decora ahora todo. Es mucho más grande e intenso que una hoguera. ¡Es un incendio! - ¡Tenemos que irnos!
-¡No! ¡No pienso largarme sin Joulley!
-¡Moriremos, idiota! - la ignoro por completo, y sigo caminandome, derecha al humo. Puedo distinguir las llamaradas rojizas, que se propagan a una velocidad bastante acelerada por los pastos. - Puede que haya salido de aquí, que esté a salvo.
Un cañonazo suena al instante. Estallo en un grito.
¿Dónde está Joulley? ¿Dónde está mi alma? ¿Dónde estoy yo? ¿Y mi sentido de la razón? Camino, olvidándome de Samantha, olvidándome de mi instinto de supervivencia. Olvidándome de todo. El humo empieza a ser muy denso, y pronto, nubla todo a mi alrededor. Tos seca araña mi garganta. Mi nariz es un volcán de escozor. Y las lágrimas son ríos caudalosos que inundan mis mejillas. Comienzo a marearme.
No tardo en caer al suelo, rendida ante tal situación. Esto me puede. ¿Qué me matará primero, el humo o las llamas? Espero que sea algo rápido. No quiero rendirme así como así, por lo que me arrastro por el barro debilmente. Una sombra negra aparece ante a mí, y va haciéndose grande y más grande, inunda mi vista, me ciega. Me rindo.
Joulley está realmente raro. No habla, se aplica la pomada mientras Samantha propone comer ahora mismo. La chica rubia se da cuenta de su preocupación y mira al pequeño.
-¿Te ayudo a aplicarla?
-¡No! No es necesario. - dice esquivándola y guardando el botecito en sus pantalones, luego tose un par de veces.-Creo que me he resfriado. - explica encogiéndose de hombros, no le damos importancia. Nos queda un buen trozo de comadreja, pero dividiéndola en tres, la habremos gastado para esta noche. También tenemos la fruta disecada, pero no es mucha que digamos. Finalmente tomamos la decisión de comer la carne y dejar la fruta para luego.
Nuestro hambre no ha cesado, pero creo que podemos contenerla con lo que hemos comido. Estamos algo cansados, de haber pasado toda la mañana caminando. Ahora el sol está bien alto, y hace algo de calor, no en extremidad, pero es agradable después de haber vivido una tormenta como la de esta mañana. Joulley tose un par de veces cada poco tiempo, y me preocupo un poco. Él insiste en que no es nada y repasa las provisiones un poco, mientras yo me limito a mirar al cielo, tumbada bajo el sol. No es real. Es una proyección. Sé que lo es. Pero parece tan... libre.
-Skiley. - dice Samantha, cuando Joulley ha ido a orinar a una distancia segura, pero medio lejana.
-¿Sí? - pregunto, algo adormilada, sin mirarla, pero atenta.
-¿Cómo... - comienza a decir para después tragar saliva.- superaste lo de tu hermano?
Bajo la mirada a sus ojos, que brillan notablemente, y que observan detenidamente el suelo embarrado. Intento buscar las palabras correctas, sé por lo que está pasando.
-No lo hice. - afirmo, en un suspiro. Gaby, Gaby, Gaby... - simplemente... un día me desperté y dolía menos que el día anterior.
Ella asiente, con tristeza.
-Intenta no pensar en él después de la cosecha, sino antes. Y si, no le conocías antes, imagínatelo. Su círculo de amistades, sus momentos más felices, lo que hacía habitualmente. Imagínatelo haciendo cosas que le gusten. - mi vista va nuevamente al cielo. - Imagina que no hay juegos del hambre, que somos libres y que él te espera cada día con una sonrisa, para pasar un buen rato juntos. Y que cuenta chistes malos para que te rías. - y lo hago, lo imagino. Gaby bajo este sol, a mi lado. Pero no estamos en la arena, sino en los bosques, en libertad. Danae trae el almuerzo para nosotros, una tarta de manzanas, hecha por ella misma. Está deliciosa...
Tengo tanta hambre...
Samantha percibe el rugido de mi estómago. Hemos comido hace poco, pero ella se empeña en racionarlo todo tanto... Suspira y me deja coger un nuevo trozo. Está luchando por no llorar.
-Gracias... - me llevo la comida a la boca y la mastico lentamente, para llenarme antes. Entonces, somos conscientes de algo. Joulley aún no ha regresado. Me levanto preocupada y miro a mi alrededor, preocupada.
-¿Dónde está ese crío? - suspira Samantha, poniéndose a mi altura para observar mejor. Pero no hay ningún rastro de sus rizos oscuros.
-Recoge, iremos a buscarle. - ella está a punto de protestar, hoy han pasado demasiadas cosas. - ¡Es Joulley, joder! - exclamo, casi cabreada, mientras llevo mi hacha a mi cinturón y cuelgo la mochila de mi hombro. Ella asiente y recoge el resto de cosas.
Nos ponemos en marcha, temiendo que haya podido pasarle algo. No ha sonado ningún cañonazo, pero él no está aquí, y eso me preocupa.
-¿Y si vuelve él cuando nos hayamos ido? Verá que no estamos.
-Es listo. Se quedará a esperarnos, porque volveremos por él.- respondo decidida.
Nuestros pasos son confusos y desorientados. Era fácil entrar en estos campos amarillentos, pero salir es otra cosa. De vez en cuando, vemos unos caminos, pero estos nos llevan de nuevo a adentrarnos en el trigo. Mi desesperación es tal, que amenaza con ponerse a chillar en cualquier momento.
-¡Skiley, mira! - dice la chica rubia, señalando un punto lejano en el cielo. Es humo, grisaceo y negruzco. No pertenece a una hoguera, si fuera así, se camuflaria en el atardecer que decora ahora todo. Es mucho más grande e intenso que una hoguera. ¡Es un incendio! - ¡Tenemos que irnos!
-¡No! ¡No pienso largarme sin Joulley!
-¡Moriremos, idiota! - la ignoro por completo, y sigo caminandome, derecha al humo. Puedo distinguir las llamaradas rojizas, que se propagan a una velocidad bastante acelerada por los pastos. - Puede que haya salido de aquí, que esté a salvo.
Un cañonazo suena al instante. Estallo en un grito.
¿Dónde está Joulley? ¿Dónde está mi alma? ¿Dónde estoy yo? ¿Y mi sentido de la razón? Camino, olvidándome de Samantha, olvidándome de mi instinto de supervivencia. Olvidándome de todo. El humo empieza a ser muy denso, y pronto, nubla todo a mi alrededor. Tos seca araña mi garganta. Mi nariz es un volcán de escozor. Y las lágrimas son ríos caudalosos que inundan mis mejillas. Comienzo a marearme.
No tardo en caer al suelo, rendida ante tal situación. Esto me puede. ¿Qué me matará primero, el humo o las llamas? Espero que sea algo rápido. No quiero rendirme así como así, por lo que me arrastro por el barro debilmente. Una sombra negra aparece ante a mí, y va haciéndose grande y más grande, inunda mi vista, me ciega. Me rindo.
lunes, 1 de julio de 2013
Un pequeño regalo...
Es algo que tenía pensado hacer y, aunque no haya quedado muy bien... Bueno, espero que os guste xD
Por si hay algún problema, empieza con Skiley en una foto oscura.
Por si hay algún problema, empieza con Skiley en una foto oscura.
lunes, 10 de junio de 2013
Capítulo 24.
Está aquí, de nuevo, la sensación de no querer tener sentimientos, de no querer sentir nada. Porque lo siento, es culpabilidad, y miedo, miedo de haber perdido mi alma. ¿Cómo he podido pensar que mi vida tenía más valor que la suya? ¿En qué momento he antepuesto que yo sea mejor que él? Era una elección, entre su muerte y la mía. Y he elegido la suya. Quizá haya sido un error. A mí no me queda nada, mientras que él quizá tenía una familia en casa, esperándole con esperanzas de volver a verle, y sus amigos, quizá su novia. Ahora por mi culpa, todas esas personas también se han derrumbado. Es curioso que yo también lo haya hecho y aún así, siga luchando inúltilmente.
''Skiley, la chica rota que rompe a los demás.''
Quiero pensar que fue un acto heroico, por salvar la vida a mis aliados. Pero, cuando lancé el hacha, más que pensar en la flecha clavada en el hombro de Joulley, pensé en mi propia salvación.
Mi compañero. La herida le duele, aunque por suerte, la hemorragia cesó pronto. Samantha le ha cubierto con unas hojas que son algo así como analgésicas, también hemos quitado las cosas a los dos chicos que matamos, aunque tampoco es que tuvieran gran cosa: un bote de pastillas, el arco y el carcaj del que nos atacó a Joulley y a mí, un cuchillo y fruta disecada. Lo segundo se lo ha quedado Samantha. El resto lo hemos guardado en la mochila. Lo que me extraña, son las pastillas, que no son analgésicos, ni píldoras para la fiebre, ni antibióticos. Pero quizá sean tratamiento de alguna enfermedad. Yo prefiero no comprobarlo.
Las montañas se nos hacen eternas, infinitas. No vemos ni rastro de la pradera en la que empezaron los juegos. Yo me he caído, tres veces, tengo las rodillas despellejadas y los pies doloridos. Joulley muestra un aspecto parecido. La única que parece saber por dónde pisa, es Samantha. Tenemos que parar varias veces, cada vez con más frecuencia, para descansar y beber agua, que tenemos que reponer cada poco tiempo fundiendo nieve de las montañas. El sol salió hace rato, y somos presa fácil, no hay ningún escondite posible a la vista.
Lo que sí vemos, son los paracaídas plateados que descienden desde el cielo. Son dos, uno para el distrito 7 y otro para el 12. El de Samantha es muy pequeño, un botecito que cabe en las palmas de sus manos. En cambio, el nuestro, es una caja algo más grande. Tiene cuatro objetos: una crema para la herida de Joulley, cuatro panecillos, blandos y calientes esta vez, un pequeño silbato y... un ramo de rosas rojas. Me sonrojo. ¿Cómo ha podido Dan pagar esto? ¿Tenemos tantos patrocinadores? Exhalo un suspiro mientras sonrío como una niña pequeña. Pero entonces, me doy cuenta de algo. Conozco estas rosas que tanto huelen y cuyo color rojo destaca entre todo lo demás. No es posible, pero reconocería las flores entre las que tantas veces lloré.
No me las ha enviado Dan.
Son del presidente Snow.
-¿Skiley? - pregunta Joulley.
-¿Sí?
-¿Estás bien?
Asiento, con la mentira en la frente. Samantha me clava la mirada. Es una chica muy inteligente. Luego devuelve la mirada al botecito y lo abre. Acerca la nariz y da un respingo.
-Es veneno. - comenta sonriente. - Para las flechas probablemente.
Una vez guardamos todo - yo no quise llevarme las rosas, por lo que fingí el llanto de una chica que echa de menos a su amor, y que no podía llevarme el ramo por todos los recuerdos que me traía; aunque claro, no quería porque me daban arcadas. Sin embargo, no dije nada de Snow, pues sentía que si reconocía que había estado en su huerta de la azotea, no pasaría nada bueno, aunque, bueno, quizá lo sabe y me las ha enviado para restregármelo.- seguimos caminando entre rocas y fina hierba. Ya no hay nieve, lo que indica que nos hemos alejado de la zona de bosque helado. Este viaje se me está haciendo mucho más eterno que el anterior, a los tres parece que se nos haga más largo. Quizá los vigilantes vayan poniendo más montañas a medida que pasa el tiempo. No me extrañaría que lo hiciesen.
Estamos a punto de rendirnos, de dejar que las piernas temblorosas caigan. Entonces vemos un destello dorado. Y seguidamente, un llamarada de fuego que asciende por el aire.
''Skiley, la chica rota que rompe a los demás.''
Quiero pensar que fue un acto heroico, por salvar la vida a mis aliados. Pero, cuando lancé el hacha, más que pensar en la flecha clavada en el hombro de Joulley, pensé en mi propia salvación.
Mi compañero. La herida le duele, aunque por suerte, la hemorragia cesó pronto. Samantha le ha cubierto con unas hojas que son algo así como analgésicas, también hemos quitado las cosas a los dos chicos que matamos, aunque tampoco es que tuvieran gran cosa: un bote de pastillas, el arco y el carcaj del que nos atacó a Joulley y a mí, un cuchillo y fruta disecada. Lo segundo se lo ha quedado Samantha. El resto lo hemos guardado en la mochila. Lo que me extraña, son las pastillas, que no son analgésicos, ni píldoras para la fiebre, ni antibióticos. Pero quizá sean tratamiento de alguna enfermedad. Yo prefiero no comprobarlo.
Las montañas se nos hacen eternas, infinitas. No vemos ni rastro de la pradera en la que empezaron los juegos. Yo me he caído, tres veces, tengo las rodillas despellejadas y los pies doloridos. Joulley muestra un aspecto parecido. La única que parece saber por dónde pisa, es Samantha. Tenemos que parar varias veces, cada vez con más frecuencia, para descansar y beber agua, que tenemos que reponer cada poco tiempo fundiendo nieve de las montañas. El sol salió hace rato, y somos presa fácil, no hay ningún escondite posible a la vista.
Lo que sí vemos, son los paracaídas plateados que descienden desde el cielo. Son dos, uno para el distrito 7 y otro para el 12. El de Samantha es muy pequeño, un botecito que cabe en las palmas de sus manos. En cambio, el nuestro, es una caja algo más grande. Tiene cuatro objetos: una crema para la herida de Joulley, cuatro panecillos, blandos y calientes esta vez, un pequeño silbato y... un ramo de rosas rojas. Me sonrojo. ¿Cómo ha podido Dan pagar esto? ¿Tenemos tantos patrocinadores? Exhalo un suspiro mientras sonrío como una niña pequeña. Pero entonces, me doy cuenta de algo. Conozco estas rosas que tanto huelen y cuyo color rojo destaca entre todo lo demás. No es posible, pero reconocería las flores entre las que tantas veces lloré.
No me las ha enviado Dan.
Son del presidente Snow.
-¿Skiley? - pregunta Joulley.
-¿Sí?
-¿Estás bien?
Asiento, con la mentira en la frente. Samantha me clava la mirada. Es una chica muy inteligente. Luego devuelve la mirada al botecito y lo abre. Acerca la nariz y da un respingo.
-Es veneno. - comenta sonriente. - Para las flechas probablemente.
Una vez guardamos todo - yo no quise llevarme las rosas, por lo que fingí el llanto de una chica que echa de menos a su amor, y que no podía llevarme el ramo por todos los recuerdos que me traía; aunque claro, no quería porque me daban arcadas. Sin embargo, no dije nada de Snow, pues sentía que si reconocía que había estado en su huerta de la azotea, no pasaría nada bueno, aunque, bueno, quizá lo sabe y me las ha enviado para restregármelo.- seguimos caminando entre rocas y fina hierba. Ya no hay nieve, lo que indica que nos hemos alejado de la zona de bosque helado. Este viaje se me está haciendo mucho más eterno que el anterior, a los tres parece que se nos haga más largo. Quizá los vigilantes vayan poniendo más montañas a medida que pasa el tiempo. No me extrañaría que lo hiciesen.
Estamos a punto de rendirnos, de dejar que las piernas temblorosas caigan. Entonces vemos un destello dorado. Y seguidamente, un llamarada de fuego que asciende por el aire.
sábado, 1 de junio de 2013
Dan. ''Los niños grandes no lloran.'' Parte 3.
Sus cabellos rojizos son inconfundibles, llameantes. Sería capaz de reconocerla en cualquier lugar. Y en cualquier momento. Como en aquel de hace tres años.
~Hace 3 años.~
-¡Dan Lewis! ¡Vencedor de los décimo novenos juegos del hambre! - chilla el portavoz del distrito 4, aunque no le hago el menor caso, pues mis ojos ven, a lo lejos, el mar del distrito 4, que es brillante y azulado. Y no quiero que las palabras juegos del hambre se metan en mi cabeza. No quiero ni puedo escucharlas más veces.
Creo que voy a darme de bruces contra el suelo en cualquier momento.
<<Dan, tranquilo.>> No puedo tranquilizarme. Ellos tienen la culpa de todo. Ellos tienen la culpa de mi cambio, ellos tienen la culpa de la muerte de mis padres, ellos creen que esto de ir por los distritos, presentando al vencedor es halagador, cuando solo me da asco.
Veo sangre en mis manos.
Veo la sangre del distrito cuatro que murió por mi incendio. La mirada de sus familias:
La chica se llamaba Amy, sus padres y una mujer que no puede ser otra que su abuela me miran serios.
El chico era Matt, una madre reprochante dos hermanos entristecidos.
La suerte no estuvo de mi parte a pesar de que todos digan eso. Porque el vencedor tiene que cargar con la muerte de los vencidos. Y no soy un vencedor, solo soy un chico de 13 años que está muy asustado. Y solo. Estoy solo.
Y me caigo al suelo, solo viendo oscuridad.
Abro los ojos.
Una sala blanca y muy brillante, unas luces de un tono enfermizo. Una maquina pita, y unos cables a mi alrededor, que intento arrancarme desesperadamente.
-¡Estate quieto! - chilla una voz aguda. Mi mirada se dirige hacia ella. Y se me cae el alma a los pies. La conozco. Lleva una coleta, pero eso no impide que su melena rojiza destaque sobre su uniforme verdiazul. Es la chica que vi antes, la hermana de Matt Dotteli.
Mi estupidez habla en primer lugar.
-¿No eres muy joven para ser enfermera?
-Estoy cubriendo a mi madre en cuanto a ti respecta. Más que nada porque ella no puede ni mirarte a la cara.
Yo asiento, sin sorprenderme demasiado.
-¿Y tú por qué sí?
-Porque mi hermano era un idiota. Por supuesto que le quería, pero nadie le puso una pistola en la cabeza para que se presentara voluntario. Además - añade - no eres nada del otro mundo. Ese incendio solo se propagó por suerte. Ganaste por accidente, Lewis.
Aparto mi mirada y suspiro.
-No hay suerte, pelirroja. Eso no existe. - digo convencido.
~Hace 3 años.~
-¡Dan Lewis! ¡Vencedor de los décimo novenos juegos del hambre! - chilla el portavoz del distrito 4, aunque no le hago el menor caso, pues mis ojos ven, a lo lejos, el mar del distrito 4, que es brillante y azulado. Y no quiero que las palabras juegos del hambre se metan en mi cabeza. No quiero ni puedo escucharlas más veces.
Creo que voy a darme de bruces contra el suelo en cualquier momento.
<<Dan, tranquilo.>> No puedo tranquilizarme. Ellos tienen la culpa de todo. Ellos tienen la culpa de mi cambio, ellos tienen la culpa de la muerte de mis padres, ellos creen que esto de ir por los distritos, presentando al vencedor es halagador, cuando solo me da asco.
Veo sangre en mis manos.
Veo la sangre del distrito cuatro que murió por mi incendio. La mirada de sus familias:
La chica se llamaba Amy, sus padres y una mujer que no puede ser otra que su abuela me miran serios.
El chico era Matt, una madre reprochante dos hermanos entristecidos.
La suerte no estuvo de mi parte a pesar de que todos digan eso. Porque el vencedor tiene que cargar con la muerte de los vencidos. Y no soy un vencedor, solo soy un chico de 13 años que está muy asustado. Y solo. Estoy solo.
Y me caigo al suelo, solo viendo oscuridad.
Abro los ojos.
Una sala blanca y muy brillante, unas luces de un tono enfermizo. Una maquina pita, y unos cables a mi alrededor, que intento arrancarme desesperadamente.
-¡Estate quieto! - chilla una voz aguda. Mi mirada se dirige hacia ella. Y se me cae el alma a los pies. La conozco. Lleva una coleta, pero eso no impide que su melena rojiza destaque sobre su uniforme verdiazul. Es la chica que vi antes, la hermana de Matt Dotteli.
Mi estupidez habla en primer lugar.
-¿No eres muy joven para ser enfermera?
-Estoy cubriendo a mi madre en cuanto a ti respecta. Más que nada porque ella no puede ni mirarte a la cara.
Yo asiento, sin sorprenderme demasiado.
-¿Y tú por qué sí?
-Porque mi hermano era un idiota. Por supuesto que le quería, pero nadie le puso una pistola en la cabeza para que se presentara voluntario. Además - añade - no eres nada del otro mundo. Ese incendio solo se propagó por suerte. Ganaste por accidente, Lewis.
Aparto mi mirada y suspiro.
-No hay suerte, pelirroja. Eso no existe. - digo convencido.
miércoles, 29 de mayo de 2013
Capítulo 23.
No puedo respirar.
Ni pensar.
Ni reaccionar.
No puedo ni moverme.
Ni nada.
Solo sé que estoy sujeta de un árbol. ¿Por qué? ¿Por qué una cuerda tira de mis pies? ¿Por qué mi cabeza está a varios centímetros del suelo? No son centímetros. Son metros. Son kilómetros. No es un árbol, es un pájaro. Un pájaro agarra la cuerda y me lleva lejos. Vuela más alto, y más. Alejándome de mí. Alejándome de la vida.
El pájaro gruñe y me suelta. Yo chillo mientras caigo y me preparo para la larga distancia que me separa de la tierra firme. No puedo tampoco corregir mi forma, pues sigo paralizada, cayendo de cabeza. Acercándome al suelo lentamente. No quiero morir.
Y no muero.
Un golpe en mi cabeza. Un golpe blando y frío. A la vez tan rápido... Luego, también mi cuerpo cede, cayendo así al suelo. Soy libre. El pájaro se ha ido... Yo también.
-Skiley, despierta. Despierta. Hey. - abro los ojos después de que alguien sacuda mi brazo. Al principio me cuesta identificar al dueño de la voz. Luego me doy cuenta.
-¿Joulley?
-¿Qué te ha pasado? -pregunta él, ayudándome a incorporarme.
Samantha me mira con el ceño fruncido. Mi aventurilla en busca de problemas no le ha gustado. ¿Cómo iba a hacerlo? Al menos ahora sé que están bien y que aquel cañonazo no era perteneciente a ninguno.
Estoy helada. No sé cuanto tiempo he estado tirada en el suelo, pero sí el suficiente para que la nieve haya calado mis ropas y para que cualquier tributo hubiese podido encontrarme como una presa fácil. Sin ni siquiera haberme podido defender. Además, mi cuerpo está entumecido a causa del tiempo que he estado colgada de la rama. Mis manos van instintivamente al tobillo que me ha apretado la cuerda, que ahora está libre, aunque con una marca rojiza y rayada.
-Gracias por librarme de la trampa. - comento tratando de levantarme. Sam me pasa un brazo por los hombros para ayudarme.
-¿Qué trampa? - pregunta ella, extrañada.
-En la que he caído, la cuerda. - les miro a ambos, confusa. - La que me tenía colgada del árbol.
-Nosotros no hemos visto ninguna, Skiley.
Frunzo las cejas sin saber qué decir y me encojo los hombros. O alguien me ha salvado la vida, o simplemente la trampa estaba mal hecha. Claro que no falta la opción de que los vigilantes me quieran un rato más con vida. Aunque, ¿por qué iban a hacerlo? Ellos también me odian por la sesión privada. Suspiro y camino con mis aliados hacia el refugio, que a estas alturas, es el único lugar dónde puedo sentirme como en casa.
-¿Encendemos un fuego? - pregunta Samantha, tras haberme mostrado una especie de comadreja con la que han dado. Parece buena carne, lo que no hace más que aumentar mi hambre. Miro al cielo, si esperamos un rato más, será difícil visualizar el humo desde lejos. Pero... mi estómago gruñe, ruge y hace sonidos lastimeros que incluso llegan a marearme. Por lo que me veo obligada a asentir y a rezar para que no haya nadie rondando por aquí.
-Podríamos comerla cruda. - sugiere Joulley.
-Y así arriesgarnos a enfermar. - responde Sam en tono defensivo.
Agito la cabeza y con un tono sereno digo:
-La cocinaremos. Estoy muerta de hambre.
Joulley pela el animal y lo trocea mientras yo preparo el fuego. No me cuesta demasiado dar con la madera apropiada para esto, pues muchas veces, en los bosques, necesitábamos luz para trabajar de noche. Apenas lo hice tres o cuatro veces, pero me quedé con la técnica. Presionar, rozar y soplar. Palo sobre tabla. También se puede hacer con una cuerda. Pero es prescindible. Presionar, rozar y soplar.
Y tener paciencia.
Al cabo de un rato consigo humo, luego una humareda. Y al fin una llama, que logro avivar. Pienso en la chica del distrito cinco, ella y su lanzallamas no tendrían ningún inconveniente. Suspiro y consigo crear una hoguera decente en unos veinte minutos. Luego, una vez cortada la carne, empezamos a asarla entre los tres.
Nadie dice nada.
Bueno, ¿de qué podemos hablar en los juegos del hambre? Hablar de casa es un tabú, del miedo que tenemos no sería apropiado para los patrocinadores. Pero aburrimos al capitolio, lo noto. Quieren ver mi desesperación. Mi anhelo hacia Dan. Y aunque tenga esa extrañeza en mi interior, no puedo mostrar mi debilidad. Pero sé que lo desean. Puedo oír sus voces. En sus casas a la hora de la cena. Una familia de capitoilenses, vestidos de forma extravagante mirando hacia la pantalla de su comedor mientras esta me refleja. Refleja mi pelo revuelto, mis ojeras y mis pómulos vacíos. Mi mirada asustada y mi lucha contra ello. Quiero no tener miedo. Quiero no echar de menos a nadie. Quiero no sentir nada. Pero está ahí presente. Y duele.
El cielo oscurece mientras nosotros cenamos, sin más ruido que el de algún insecto extraviado o el de nuestras respiraciones. Luego suena el himno y refleja una sola persona. Es la chica del 6. El sello del capitolio se proyecta y todo vuelve a calmarse.
-¿Haces tú la primera guardia, Joulley? - pregunto al pequeño. Él asiente. Muestro una forzada sonrisa de agradecimiento y me recuesto en las mantas junto a Samantha, que no es la misma. Y entiendo por qué no lo es. Sé lo que es perder a alguien, sé lo que duele. Sé que cuesta decir algo en estos momentos. Solo puedo susurrarle un buenas noches antes de quedarme dormida.
Despierto de madrugada con un castañeo de dientes retumbando en mis oidos a la par que un viento frio que silva y retuerce todas las ramas que ve a su paso. ¿Quién tiembla? Soy yo. Y también mis aliados, que intentan abrazarse para mantener el calor. Los tres tiritamos de forma radical. Los vigilantes han empezado a jugar con las temperaturas, podemos estar seguros de ello.
-Esperemos hasta que pase la tormenta - chilla Samantha, justo antes de que el vendaval arrase con las ramas que nos tapan y la nieve cale nuestras ropas. Agito la cabeza, tenemos que irnos.
-Volvemos a la pradera. - Samantha discrepa.
-¿Y de paso cruzarnos con los profesionales? no, gracias.
-Si nos quedamos aquí moriremos congelados, y no es mi plan por ahora.
-Pues lárgate, gana y vete con tu mentor. Cásate y ten diez mil hijos, yo me quedo aquí.
-¿Creéis que es momento de discutir? - interviene Joulley alzando la voz. Nosotras dos nos miramos, un poco enfrentadas. Sigo sin caerla bien, y lo entiendo. Pero si somos aliadas, lo somos para todo. Bueno, hasta que eso se acabe, claro. Es Samantha la que gruñe y acepta a regañadientes que nos movamos.
Pero hay un pequeño detalle que no recordaba. Si te mueves es porque los vigilantes quieren que te muevas, y si quieren moverte es para llevarte a una trampa o ante otros tributos.
No llevamos ni dos horas caminando, lo justo para llegar al pie de las montañas que nos trajeron hacia aquí cuando sucede.
Una alianza de dos está en nuestro camino.
Y no hay tiempo, ellos empiezan a atacar. Uno de ellos tiene un arco como el de Sam, y parece saber como usarlo. La flecha vuela hacia Joulley, se clava en su hombro y él grita. Yo también. Yo grito de furia. Una furia desconocida.
La siguiente flecha se dirige hacia mí. Pero logro esquivarla en el último momento. Cojo mi hacha del cinturón y la lanzo, dando en su cuello, que emana sangre continuamente. Sé que no va a sobrevivir a esta. Lo sé. Por otra parte, Samantha a logrado deshacerse del otro tributo.
Dos cañonazos.
Soy una asesina.
Ni pensar.
Ni reaccionar.
No puedo ni moverme.
Ni nada.
Solo sé que estoy sujeta de un árbol. ¿Por qué? ¿Por qué una cuerda tira de mis pies? ¿Por qué mi cabeza está a varios centímetros del suelo? No son centímetros. Son metros. Son kilómetros. No es un árbol, es un pájaro. Un pájaro agarra la cuerda y me lleva lejos. Vuela más alto, y más. Alejándome de mí. Alejándome de la vida.
El pájaro gruñe y me suelta. Yo chillo mientras caigo y me preparo para la larga distancia que me separa de la tierra firme. No puedo tampoco corregir mi forma, pues sigo paralizada, cayendo de cabeza. Acercándome al suelo lentamente. No quiero morir.
Y no muero.
Un golpe en mi cabeza. Un golpe blando y frío. A la vez tan rápido... Luego, también mi cuerpo cede, cayendo así al suelo. Soy libre. El pájaro se ha ido... Yo también.
-Skiley, despierta. Despierta. Hey. - abro los ojos después de que alguien sacuda mi brazo. Al principio me cuesta identificar al dueño de la voz. Luego me doy cuenta.
-¿Joulley?
-¿Qué te ha pasado? -pregunta él, ayudándome a incorporarme.
Samantha me mira con el ceño fruncido. Mi aventurilla en busca de problemas no le ha gustado. ¿Cómo iba a hacerlo? Al menos ahora sé que están bien y que aquel cañonazo no era perteneciente a ninguno.
Estoy helada. No sé cuanto tiempo he estado tirada en el suelo, pero sí el suficiente para que la nieve haya calado mis ropas y para que cualquier tributo hubiese podido encontrarme como una presa fácil. Sin ni siquiera haberme podido defender. Además, mi cuerpo está entumecido a causa del tiempo que he estado colgada de la rama. Mis manos van instintivamente al tobillo que me ha apretado la cuerda, que ahora está libre, aunque con una marca rojiza y rayada.
-Gracias por librarme de la trampa. - comento tratando de levantarme. Sam me pasa un brazo por los hombros para ayudarme.
-¿Qué trampa? - pregunta ella, extrañada.
-En la que he caído, la cuerda. - les miro a ambos, confusa. - La que me tenía colgada del árbol.
-Nosotros no hemos visto ninguna, Skiley.
Frunzo las cejas sin saber qué decir y me encojo los hombros. O alguien me ha salvado la vida, o simplemente la trampa estaba mal hecha. Claro que no falta la opción de que los vigilantes me quieran un rato más con vida. Aunque, ¿por qué iban a hacerlo? Ellos también me odian por la sesión privada. Suspiro y camino con mis aliados hacia el refugio, que a estas alturas, es el único lugar dónde puedo sentirme como en casa.
-¿Encendemos un fuego? - pregunta Samantha, tras haberme mostrado una especie de comadreja con la que han dado. Parece buena carne, lo que no hace más que aumentar mi hambre. Miro al cielo, si esperamos un rato más, será difícil visualizar el humo desde lejos. Pero... mi estómago gruñe, ruge y hace sonidos lastimeros que incluso llegan a marearme. Por lo que me veo obligada a asentir y a rezar para que no haya nadie rondando por aquí.
-Podríamos comerla cruda. - sugiere Joulley.
-Y así arriesgarnos a enfermar. - responde Sam en tono defensivo.
Agito la cabeza y con un tono sereno digo:
-La cocinaremos. Estoy muerta de hambre.
Joulley pela el animal y lo trocea mientras yo preparo el fuego. No me cuesta demasiado dar con la madera apropiada para esto, pues muchas veces, en los bosques, necesitábamos luz para trabajar de noche. Apenas lo hice tres o cuatro veces, pero me quedé con la técnica. Presionar, rozar y soplar. Palo sobre tabla. También se puede hacer con una cuerda. Pero es prescindible. Presionar, rozar y soplar.
Y tener paciencia.
Al cabo de un rato consigo humo, luego una humareda. Y al fin una llama, que logro avivar. Pienso en la chica del distrito cinco, ella y su lanzallamas no tendrían ningún inconveniente. Suspiro y consigo crear una hoguera decente en unos veinte minutos. Luego, una vez cortada la carne, empezamos a asarla entre los tres.
Nadie dice nada.
Bueno, ¿de qué podemos hablar en los juegos del hambre? Hablar de casa es un tabú, del miedo que tenemos no sería apropiado para los patrocinadores. Pero aburrimos al capitolio, lo noto. Quieren ver mi desesperación. Mi anhelo hacia Dan. Y aunque tenga esa extrañeza en mi interior, no puedo mostrar mi debilidad. Pero sé que lo desean. Puedo oír sus voces. En sus casas a la hora de la cena. Una familia de capitoilenses, vestidos de forma extravagante mirando hacia la pantalla de su comedor mientras esta me refleja. Refleja mi pelo revuelto, mis ojeras y mis pómulos vacíos. Mi mirada asustada y mi lucha contra ello. Quiero no tener miedo. Quiero no echar de menos a nadie. Quiero no sentir nada. Pero está ahí presente. Y duele.
El cielo oscurece mientras nosotros cenamos, sin más ruido que el de algún insecto extraviado o el de nuestras respiraciones. Luego suena el himno y refleja una sola persona. Es la chica del 6. El sello del capitolio se proyecta y todo vuelve a calmarse.
-¿Haces tú la primera guardia, Joulley? - pregunto al pequeño. Él asiente. Muestro una forzada sonrisa de agradecimiento y me recuesto en las mantas junto a Samantha, que no es la misma. Y entiendo por qué no lo es. Sé lo que es perder a alguien, sé lo que duele. Sé que cuesta decir algo en estos momentos. Solo puedo susurrarle un buenas noches antes de quedarme dormida.
Despierto de madrugada con un castañeo de dientes retumbando en mis oidos a la par que un viento frio que silva y retuerce todas las ramas que ve a su paso. ¿Quién tiembla? Soy yo. Y también mis aliados, que intentan abrazarse para mantener el calor. Los tres tiritamos de forma radical. Los vigilantes han empezado a jugar con las temperaturas, podemos estar seguros de ello.
-Esperemos hasta que pase la tormenta - chilla Samantha, justo antes de que el vendaval arrase con las ramas que nos tapan y la nieve cale nuestras ropas. Agito la cabeza, tenemos que irnos.
-Volvemos a la pradera. - Samantha discrepa.
-¿Y de paso cruzarnos con los profesionales? no, gracias.
-Si nos quedamos aquí moriremos congelados, y no es mi plan por ahora.
-Pues lárgate, gana y vete con tu mentor. Cásate y ten diez mil hijos, yo me quedo aquí.
-¿Creéis que es momento de discutir? - interviene Joulley alzando la voz. Nosotras dos nos miramos, un poco enfrentadas. Sigo sin caerla bien, y lo entiendo. Pero si somos aliadas, lo somos para todo. Bueno, hasta que eso se acabe, claro. Es Samantha la que gruñe y acepta a regañadientes que nos movamos.
Pero hay un pequeño detalle que no recordaba. Si te mueves es porque los vigilantes quieren que te muevas, y si quieren moverte es para llevarte a una trampa o ante otros tributos.
No llevamos ni dos horas caminando, lo justo para llegar al pie de las montañas que nos trajeron hacia aquí cuando sucede.
Una alianza de dos está en nuestro camino.
Y no hay tiempo, ellos empiezan a atacar. Uno de ellos tiene un arco como el de Sam, y parece saber como usarlo. La flecha vuela hacia Joulley, se clava en su hombro y él grita. Yo también. Yo grito de furia. Una furia desconocida.
La siguiente flecha se dirige hacia mí. Pero logro esquivarla en el último momento. Cojo mi hacha del cinturón y la lanzo, dando en su cuello, que emana sangre continuamente. Sé que no va a sobrevivir a esta. Lo sé. Por otra parte, Samantha a logrado deshacerse del otro tributo.
Dos cañonazos.
Soy una asesina.
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